2 de marzo de 2020
Photo: Ricardo Stuckert

El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva recibió en Francia la condición de Ciudadano de Honor de París por su compromiso con la lucha contra las desigualdades económicas y sociales.

En una ceremonia en el Ayuntamiento de París, la regidora capitalina, Anne Hidalgo, entregó la distinción al fundador del Partido de los Trabajadores (PT), quien cumplió 580 días de prisión política, en una maniobra judicial para neutralizar la posibilidad de su retorno al poder, refiere Prensa Latina.

La alcaldía parisina decidió en octubre pasado galardonar a Lula da Silva por su gestión desde el Palacio de Planalto en su combate ante la inequidad, lo que permitió a unos 30 millones de brasileños salir de la extrema pobreza y acceder a los derechos y servicios esenciales.

El expresidente de Brasil, agradeció el reconocimiento que le hiciera Hidalgo, quien lo calificó de “el más parisino de todos los brasileños”.

El título de Ciudadano de Honor de París es otorgado de manera excepcional por la defensa de los derechos humanos, en un intento de proteger a sus promotores, y la lista de galardonados incluye a Mumia Abu-Jamal, el primero en recibirlo en 2001; Nelson Mandela en el año 2013. Antes de Lula, el líder indígena brasileño Raoni Metuktire fue condecorado en 2011.

Lée el discurso completo de Lula.

Señora Anne Hidalgo.
Señoras y señores, representantes del Consejo de París.
Mis amigas y mis amigos.

Agradezco sinceramente, desde mi corazón, el título que me otorga la Ciudad de París, por decisión de sus concejales. Estoy especialmente agradecido a la Alcaldesa Anne Hidalgo, por la generosa nominación y al Consejo de París, que la aprobó.

En realidad, este título debería extenderse, a todas las mujeres y hombres que defienden la democracia y los derechos de las personas, a las brasileñas y brasileños que luchan por un mundo mejor.

Me emociona recibir este privilegio, en primer lugar, porque la Ciudad de París es universalmente reconocida como un símbolo perpetuo de los derechos humanos y por la más alta tradición de solidaridad con las personas perseguidas.

Y me emociona de una manera especial, porque me fue otorgado en uno de los momentos más difíciles de nuestra lucha, cuando me encontraba arrestado ilegalmente – en una prisión política, en un proceso que aún no ha terminado.

Justo el momento en que más necesitábamos de la solidaridad internacional, para denunciar las injusticias que se estaban cometiendo contra el pueblo brasileño, y las agresiones contra el Estado de Derecho en mi país.

El pueblo de París, como en tantas otras ocasiones, nos extendió su protección fraterna. Recuerdo haber escrito en octubre pasado una carta de agradecimiento, momento en que París estaba rompiendo el muro de silencio que ocultaba los crímenes contra la democracia en Brasil.

Me gustaría estar en esta ciudad libertaria para simplemente celebrar la fraternidad entre los pueblos y recordar los lazos de solidaridad que nos unen a lo largo de la historia. Después de todo, siempre hubo un lugar para los brasileños y latinoamericanos luchadores por la libertad, quienes han sido acogidos por Paris.

Asimismo, es mi deber hablar aquí en nombre de aquellos que, en mi país, sufren por el desempleo y la pobreza, por la revocación de los derechos históricos de los trabajadores y la destrucción de las bases de un proyecto de desarrollo sostenible que estaba siendo capaz de ofrecer inclusión y oportunidades para todos.

Es mi deber hablar en nombre de millones de familias de agricultores, de las poblaciones que viven en los márgenes de los ríos y en los bosques, de los indígenas y pueblos de la Amazonía, para denunciar la destrucción deliberada de las fuentes de vida en nuestro país, causadas por las políticas irresponsables y criminales de un gobierno que amenaza a todo el planeta.

Lo que está sucediendo en Brasil es el resultado sistemático del debilitamiento del proceso democrático, estimulado por la avaricia de unos pocos y por un desprecio mezquino de los derechos de las personas; desprecio que tiene raíces profundas, incrustadas en 350 años de esclavitud.

En el período históricamente breve en que el Partido de los Trabajadores gobernó Brasil, muchos de estos derechos se pusieron en práctica por primera vez. Entre ellos, el derecho fundamental de alimentar a la familia todos los días. Eso fue posible gracias a la combinación del programa Bolsa Familia con otras políticas públicas, como son la apreciación de los salarios y la generación de empleos.

Estamos especialmente orgullosos de haber abierto las puertas de las universidades a 4 millones de jóvenes, en su mayoría negros, que viven en la periferia y en los rincones más aislados de nuestro inmenso país; jóvenes que, casi en su totalidad, fueron los primeros en obtener un título universitario en generaciones sucesivas de sus familias.

Miles de estos jóvenes tuvieron la oportunidad de estudiar en las mejores universidades del mundo, gracias a un programa de becas de la presidenta Dilma Rousseff. Ciertamente, algunos de ellos están en París.

Fueron suficientes tan solo 13 años de gobiernos que pusieron a las personas en primer lugar entre las prioridades y, con ello, comenzar a revertir la enfermedad secular de la desigualdad en nuestro país.

Estos fueron pequeños pasos, frente a un desafío de tal dimensión, pero estábamos en el camino correcto, porque 36 millones dejaron la pobreza extrema y Brasil abandonó el tristemente conocido Mapa del Hambre de Naciones Unidas.

A lo largo de este proceso, ciertamente cometimos errores, pero alcanzamos muchos más éxitos que errores. Sin embargo, en 2016, dicho proceso ha sido interrumpido por un golpe parlamentario apoyado por poderosos intereses económicos y geopolíticos, con el apoyo de sus emisarios en los medios y en puestos relevantes de las instituciones.

Como saben, la presidenta Dilma, una mujer honorable, fue destituida por el Congreso, sin que hubiera cometido algún delito, en un proceso en el que las formalidades encubrieron acusaciones vacías.

Este primer golpe contra la Constitución y la democracia fue seguido por la farsa judicial en la que fui condenado, también sin haber cometido delito alguno, por un juez que ahora es ministro del presidente a quien él ayudó a elegir, con mi arresto.

Cuando la Justicia Electoral canceló mi candidatura, aún en contra de una determinación de Naciones Unidas – basaba en tratados internacionales firmados por Brasil, lanzamos la candidatura del camarada Fernando Haddad.

Él fue víctima, por medio de las redes sociales, de una de las campañas de mentiras más perversas, implementada y financiada ilegalmente por su adversario. Se trató de un delito electoral que denunciamos y que, hasta hoy, después de casi 18 meses de la denuncia, no ha sido juzgado por el tribunal competente.

El candidato que ganó aquellas elecciones tiene antecedentes de ataques contra la democracia y contra los derechos humanos; evadió a las principales cadenas de televisión para no enfrentar al compañero Haddad en los debates. Por lo que estos medios son corresponsables del ascenso de un presidente fascista al gobierno de Brasil.

La triste situación en la que se encuentra mi país y el sufrimiento de nuestro pueblo son el resultado de repetidos ataques, mayores y menores, al Estado de Derecho, a la Constitución y a la democracia. Estoy aquí hoy, en un estado provisional de libertad y aún sin derechos políticos, solamente porque el pasado noviembre, en un juicio mayoritario, el Supremo Tribunal Federal de Brasil reconoció que todos los ciudadanos tienen el derecho constitucional a la presunción de inocencia, el que se le había negado al ciudadano Lula, en las vísperas de mi arresto.

Aquí, en Europa, quiero encontrarme y agradecer a todos los que nos apoyaron en estos tiempos tan difíciles. Quiero, especialmente, dialogar con aquellos que trabajan para enfrentar la desigualdad, esta enfermedad creada por el hombre y que está carcomiendo el concepto mismo de humanidad.

Quiero compartir las políticas exitosas que tuvimos en Brasil y conocer las experiencias, los proyectos de otros países y de aquellas personas que estudian y luchan contra la desigualdad en el mundo.

En la reciente reunión que tuve con Su Santidad, el Papa Francisco, me conmovió el entusiasmo con el que él invita a los jóvenes economistas a debatir y encontrar formas para superar la desigualdad, lo que es crucial para el presente y para el futuro.

Quiero proponer a los líderes políticos, a los gobernantes y a la sociedad civil de los países más diversos, que promuevan no solo el debate, sino acciones concretas en conjunto, para revertir la desigualdad.

Sé que eso es posible. Debemos tener fe en la juventud, como lo hace el Papa Francisco. Debemos tener fe en la humanidad y en nuestra capacidad de construir, a través del diálogo y la política, para fundar los cimientos de un mundo más justo.

Sé lo importante que ha sido la solidaridad internacional, en Europa, en los Estados Unidos y en todo el mundo, para restaurar plenamente el proceso democrático, el estado de derecho y la justicia para todos en mi país. Y una vez más agradezco, en nombre de quienes sufren con la situación actual.

El pueblo de París me acoge hoy entre sus ciudadanos, en reconocimiento por lo que hemos hecho juntos, con tantos compañeros y con una intensa participación social, para reducir la desigualdad y combatir el hambre en Brasil.

Quiero despedirme declarando que nuestra lucha continuará, con la participación de todos ustedes, porque se trata de la lucha por la democracia, por la igualdad, por los derechos de los desprotegidos, por la humanidad y por la paz.

Muchas gracias.

Lula

Así Somos y lula.com.br | Traducción: Cristina Gomes y Rodolfo Sánchez Villalobos.