7 de abril de 2019

Mis amigos y mis amigas, incansables compañeras y compañeros de lucha.

Hace exactamente un año, estoy preso por el crimen de dedicar una vida entera a la construcción de un Brasil más justo, desarrollado y soberano. Impidieron mi candidatura a la presidencia para que yo no subiera otra vez la rampa del Palacio del Planalto, empujado por los brazos de cada uno y cada uno de ustedes, para que juntos revirtiéramos el desmonte del Estado brasileño promovido por mis verdugos.

Hace exactamente un año, estoy aislado en la celda de una prisión en Curitiba. Jamás presentaron una sola prueba contra mí. Soy preso político, exiliado dentro de mi propio país. Separado del pueblo brasileño, de mis familiares y de los amigos más queridos. Con prohibición de dar entrevistas, impedido de hablar y de ser oído.
Pensaban que la imposición de ese largo silencio callaría para siempre mi voz, porque no han podido callarla ni la podrán callar, porque somos millones de voces.

Hace exactamente un año, me veo envuelto de cariño por el “Buen día” y por el” Buenas noches, presidente Lula”, entonados a plenos corazones no sólo por los bravos integrantes de esa que es una de las más largas vigilias de toda la historia, sino también por la solidaridad que llega de todos los rincones de Brasil y hasta de otros pueblos del mundo.
Hace exactamente un año, mis adversarios buscan un motivo para celebrar, y no lo encuentran. Hemos sufrido repetidos reveses desde el golpe contra la presidenta Dilma, es verdad, pero nuestras derrotas nos fortalecen para la lucha, mientras que sus victorias no les dan a ellos un minuto de paz.

Ellos están cada vez más ricos, pero la fortuna obtenida a costa del sufrimiento de millones de brasileños no les trae felicidad. Ellos están cada vez más rabiosos e infelices, envenenados por el propio odio que destilan.

En la despedida de mi nieto Arthur, Brasil entero fue sorprendido por el inmenso e innecesario aparato represivo montado contra mí. carros policiales, helicópteros, militares portando armamento pesado. Todo para impedir que yo incluso me acercara a aquellas personas solidarias con el dolor de un abuelo.

En ese instante, comprendí que su miedo no es Lula. Ellos tienen miedo de los millones de Lulas, porque ellos saben de lo que somos capaces cuando nos unimos para transformar este país.

Estamos vivos y fuertes. Juntos vamos a revertir cada retroceso, cada paso atrás en la dura caminata hacia el Brasil que soñamos y que probamos ser posible construir. Venceremos.

¡Un abrazo, y hasta la victoria!


Luiz Inacio Lula da Silva