12 de marzo de 2019

El ex presidente Lula, de Brasil, está padeciendo uno de los peores momentos que puede sufrir una o un abuelo; el de tener que llorar la muerte de su nieto y a la vez ser testigo del peor dolor de su hija o hijo, sean por línea sanguínea o política.

Lula perdió a su nieto de 7 añitos; en medio de su tragedia familiar, partido por el llanto, lanzó una frase que resume todo el dolor que jamás dejará de sentir, al decir que “debería estar prohibido que un padre entierre a su hijo y que un abuelo entierre a su nieto.”

(¡Por experiencia personal no tengo dudas de ello!)

Al ex presidente le negaron asistir al velatorio de su hermano, hace un mes, colmo de los colmos. Cambiaron ahora la temática y sí, pudo ir a despedirse de la criatura.

Lo que me pregunto al ver las fotos en las noticias de los diarios internacionales, es si hacía falta que hayan “acompañado” a un hombre sufriente, 275 esbirros del sistema pertrechados como para una guerra, la que no serían capaces de librar contra el mismo que los oprime también a ellos y sostengo con firmeza que no. ¡NO hacía falta tanto odio!

Ver las imágenes es una vergüenza que recorre el mundo, una más entre tantas ya que el pudor no existe en este universo alocado, “derecho y humano” donde lo insólito se instaló y parece que para no alejarse más.

Y re sostengo que la crueldad no tiene límites manifestándose en cualquier situación o momento como el que estoy mencionando, con un frío que me recorre la espalda.

¿Cuál era el temor? ¿Qué un hombre destruido ante semejante pérdida pudiera escaparse?

Como si fuera poco el diputado de ultrísima derecha, otro sicario del sistema que avanza en toda Nuestramérica, hijo de Bolsonaro, ambos (malos) compatriotas de Lula, criticó el permiso que le dieron al ex mandatario para salir de su prisión que muchos consideramos injusta mientras otros, no. Omitió la bestia bruta un detalle no menor: el hombre iba a despedir para siempre a su nietito, al que nunca más verá ni sentirá su risa o su llanto. Un pequeño que a partir de la detención de su abuelo comenzó a padecer bullyng por su encarcelación.

Bullyng que comienza en la ideología de los mayores que se autotitulan padres o madres, ya que los niños no entienden de errores ni desarrollos políticos.

Y no fue el único el hijo de…Bolsonaro, hubo montones de mensajes propios de monstruos del odio. Sádicos, perversos, invocando a Dios por la “feliz” muerte de Arthur, por el solo echo de ser nieto de un contrincante político.

Jamás pensé que Brasil se degradaría tanto como para utilizar a un niño muerto para vomitar su odio.

Día a día, momento a momento, recibimos alguna sorpresa aberrante a través de los medios de información. Lo más triste es que los del sistema perverso que nos domina, avalan las peores, las más inhumanas porque por supuesto el sistema en sí es el inhumano.

La presencia de 257 uniformados “acompañando” a un abuelo que asiste a dar el último adiós a su pequeño nieto, no es sino otra demostración palpable de hasta dónde puede llegar la perversión.

Perversión que va acompañada por las palabras y acciones de seres inescrupulosos, sostén imprescindible de la más brutal expresión de esta ideología sanguinaria: el neoliberalismo.

A esto llegan los que erigen altares al capitalismo financiero siendo funcionales al odio que encubre. Lo urgente, lo impostergable, sería que nadie se deje arrastrar por estas corrientes de inescrupulosidad, ni se sienta desbordado de resignación aceptando las atrocidades como algo inevitable.

La desgracia de Lula me lleva a preguntarme si el desinterés por el dolor de otro, si justificar o callar actos innecesarios como el de sus “custodios” en semejante momento; o las frases desafortunadas lanzadas desde la irracionalidad, me permitirían seguir considerándome humana o pasaría a convertirme en una basura más entre las tantas que desparrama el capitalismo desde su génesis.

Mi solidaridad con la familia de Lula y el pueblo brasileño que los acompaña en su llanto.

Mi dolor por el pequeño fallecido a destiempo.

Mi odio, asco, repugnancia por los que pretenden demostrar fuerzas dejando al desnudo su miserabilidad interior. Esa de la que no se vuelve jamás.

 

TerceraInformación | Foto: Ricardo Stuckert