31 de enero de 2019

La candidatura del expresidente de la República de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva al Premio Nobel de la Paz 2019 se sustancia este jueves impulsada por líderes del activismo y la política latinoamericana, sobre dos argumentos: la lucha contra el hambre y el papel de estabilidad regional de los gobiernos que presidió. El también Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel (1980), el ex presidente de Colombia Ernesto Samper (1994-8) impulsan esta candidatura respaldada asimismo por los sociólogos Jean Ziegler y Éric Fassin, la activista Angela Davis, el actor Danny Glover y el lingüista y politólogo Noam Chomsky junto al más de medio millón de personas que han firmado la iniciativa en Change.org.

Según cuenta Celso Amorim, exministro de Exteriores del Gobierno de Brasil con Da Silva (2003-2010) y de Defensa con Dilma Rousseff (2011-2014), la idea de presentar a Lula como candidato al Nobel de la Paz 2019 se le ocurrió el 13 de abril de 2018, seis días después de la detención de Lula, a Pérez Esquivel. Él, como galardonado en 1980 por su activismo pacífico frente a la dictadura argentina, tiene la potestad de promover por sí mismo la candidatura, de acuerdo con las normas del Comité de Nominaciones del Nobel. “Pocas semanas antes”, explica Amorim en la carta difundida ayer por el Comité Lula Libre, “Esquivel estuvo con Lula en el Instituto que lleva su nombre y mencionó esta idea. Yo les acompañé y escuché como él fundamentó su propuesta recordando el trabajo de Lula contra el hambre en Brasil y la influencia de nuestro programa Hambre Cero en América Latina, el Caribe y África”.

“Como bien ustedes saben”, argumenta Pérez Esquivel en la carta dirigida a Berit Reiss-Andersen y Henrik Syse presidenta y vicepresidente del Comité Nobel “la Paz no es sólo la ausencia de la guerra, ni evitar la muerte de una o muchas personas, sino también dotar de esperanza de futuro a los pueblos, a los sectores más vulnerables (…) Incluir y proteger a quienes este sistema económico condena a la muerte y a múltiples violencias”. Pérez Esquivel cita los 815 millones de víctimas del hambre en el mundo, según el informe de 2017 de la agencia de la ONU FAO y los “treinta millones de personas que sacó de la pobreza extrema la Bolsa de familia de los gobiernos de Lula. Si un gobierno se convierte en ejemplo mundial de lucha contra la pobreza y la desigualdad, contra la violencia estructural que nos aqueja como humanidad, merece un reconocimiento por su aporte a la Paz”, concluye Pérez Esquivel.

Junto a la lucha contra el hambre, otra dimensión de la labor de Lula da Silva que, según Celso Amorim, le acreditan como merecedor del Nobel de la Paz es “su contribución decisiva a que los problemas internos y entre países se resolvieran con diálogo y conciliación”. Un “papel pacificador” que ejerció “en la creación del Grupo de Amigos de Venezuela, que evitó una guerra civil en nuestro vecino, y la mediación en el conflicto entre el Altiplano y la Media Luna en Bolivia”, así como “en la Conferencia de Annapolis, que relanzó el Mapa del Camino para la paz entre Palestina e Israel” y la participación con Turquía “en la negociación de la Declaración de Teherán, precursora del acuerdo, años después firmado entre EEUU y otros cinco países con Irán”. Hechos que, según Amorim, le recuerdan la exclamación del ex presidente estadounidense Barak Obama cuando, en 2009, ya se barajó el nombre de Lula para el Nobel o la presidencia del Banco Mundial: “¡Este es el tipo!”.

La presentación de candidaturas al Nobel de la Paz 2019 concluye este 31 y de enero y el siguiente paso será su presentación en reunión con el comité noruego este viernes 1 de febrero.

La candidatura del ex presidente Lula Da Silva llega en un momento crítico de su trayectoria. “Lula se sabe el mayor preso político del planeta”, declaró su sucesora y amiga, Dilma Rousseff, el pasado 15 de enero, en viaje a Sevilla, tras visitarle el día 3 en la prisión de Curitiba. Allí cumple su condena, aún recurrida, a doce años de prisión, por un caso de corrupción que han tachado de maniobra política los ex presidentes españoles José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González o los ex primeros ministros de Francia e Italia, Dominique de Villepin y Massimo D’Alema.

Lula fue apartado de la carrera presidencial que lideraba en otoño de 2018, y finalmente el Partido de los Trabajadores (PT) encabezado por Fernando Haddad fue derrotado por el candidato neofascista Jair Bolsonaro quien, ya como presidente de la República, nombró ministro de Justicia al juez que encarceló a Da Silva, Sergio Moro.

Entre los reconocidos con el Nobel de la Paz destacan hombres y mujeres encarcelados por su actividad política o activista: el polaco Leich Walesa, arrestado varias veces en 1979 y liberado en el 80 fue premiado en 1983 una década antes de presidir su país, el sudafricano Nelson Mandela que pasó 27 años en prisión lo recibió tres años después de su liberación en 1990 y uno antes de presidir su país (1994-1999), la mandataria de facto de Birmania desde 2016, Aung San Suu Kyi lo ganó en 1991, cuando llevaba dos años de encierro domiciliario y le quedaba casi una década y el escritor y activista pro democracia en China Liu Xiaobo, ganó el Nobel en 2010, tras dos años encarcelado, aunque murió en 2017 sin haber recobrado la libertad.

Es pronto para determinar si el Nobel de la Paz que en la última edición se otorgó a la yazidí víctima del Daesh Nadia Murad y el médico congoleño Denis Mukwege “por sus esfuerzos para acabar con el uso de la violencia sexual como arma de guerra” recaerá en el ex presidente Lula. Pronto para saber si en diciembre cuando se celebra la ceremonia de entrega habrá sido excarcelado y podría viajar a recogerlo o seguirá en prisión. Pronto para avanzar las consecuencias que sobre su historia tendría la concesión o no del galardón. De momento, en la madrugada de ayer, 30 de enero, vio denegada la petición de autorización de sus abogados al tribunal de Curitiba para asistir al entierro de su hermano Genival Inácio da Silva.

Público | Foto: Fernando Bizerra Jr