8 de marzo de 2019

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“Gracias, presidente Lula. Tu gobierno le salvó la vida a mi hijo.” Esta frase, escrita con visible emoción por una madre brasileña, fue una de las que más me impactaron cuando, hace meses, tuve la oportunidad de ver algunas de las miles de cartas que nuestro querido presidente empezó a recibir después de su injusto encarcelamiento, y que estamos resguardando en el Instituto Lula como parte innegable del patrimonio de este hombre.

El agradecimiento de esa madre puede sintetizar lo que significaron los gobiernos del PT para las mujeres brasileñas. El acervo de experiencias y formulaciones de nuestro partido y de las administraciones que construimos culminó con la implementación de políticas públicas de carácter universal que siempre reconocieron el carácter singular que ocupan las mujeres en cualquier sociedad.

No se trata sólo del número de mujeres que ocuparon cargos de dirección y mando, cosa por demás importante, pero que no debe reducirse simplemente al cumplimiento de cuotas. El reciente escándalo de las candidaturas prestanombres del partido al que pertenece el actual presidente es una prueba más de las distintas concepciones que tenemos sobre el papel y las necesidades de la mujer en la política y en la sociedad. Ellos, los machistas, se sirvieron del avance que representaban las cuotas para hacer algo de lo que no pueden escapar, pues es inherente a ellos: rebajar a las mujeres, viéndolas como accesorios, como subalternas, como simples piezas en el juego de poder de los hombres.

Los avances que construimos a lo largo de décadas por el reconocimiento de las mujeres como iguales y singulares —avances aún tímidos ante las injusticias— han sido guiados por la convicción de que reconocer y atender las necesidades específicas de las mujeres no es una cuestión sentimental y va más allá de un concepto humanista, sino que se trata también de enfrentar la explotación capitalista en una de sus facetas más crueles.

Fueron los gobiernos de Lula y de Dilma los que hicieron realidad la ley Maria da Penha, el reconocimiento de los derechos laborales de las empleadas domésticas, la Secretaría Nacional de Políticas para las Mujeres, posteriormente convertida en Ministerio, el programa “Mujer, vivir sin violencia”, la tipificación del crimen de feminicidio y una insuficiente pero inédita reducción de la brecha salarial entre los géneros, entre otros ejemplos que podríamos mencionar con orgullo. Así, estos gobiernos supieron que era necesario hacer mucho más que simplemente reconocer formal o intelectualmente la importancia vital y estratégica de una política de género. Decidieron enfrentar en la práctica las varias y multiformes carencias, lagunas e injusticias que siempre han permeado este universo, no sólo en Brasil, sino en todo el mundo.

El tamaño y la intensidad de las reacciones conservadoras contra esta tendencia, desde la infame acusación de que el aparato se había inflado debido a la creación de secretarías como la de Políticas para las Mujeres y la de Políticas de Promoción de la Igualdad Racial hasta el golpe contra la presidenta Dilma, muestran hasta qué punto está presente esa estructura arcaica de dominio. El perfil del actual gobierno, a su vez, deja claro cómo todo aquello que combatimos está siempre al acecho y activo.

Por eso, creo que el día internacional de la mujer es, sí, un día de lucha y, por lo tanto, también es un día para alzar muy alto la bandera Lula Libre. Defender la libertad del expresidente Lula es defender también la democracia, pues, sin ella, los derechos de las mujeres no pueden existir.

Denise Motta Dau, Exsecretaria municipal de Políticas para las Mujeres de la alcaldía de São Paulo, es directora del Instituto Lula y secretaria subregional de Brasil en la ISP (Internacional de Servicios Públicos).

Instituto Lula | Foto: Ricardo Stuckert | Traducción: Colectivo Regina de Sena México-Brasil contra el Golpe.